domingo, 20 de agosto de 2017

Terrible acontecimiento

El pasado jueves 17 de agosto, durante la pausa de mediodía para comer, mi mujer me avisó que algo terrible había pasado en Barcelona. Una furgoneta había entrado por la Rambla desde calle Pelayo y había ido arrollando a la gente hasta colisionar a la altura del Liceo. Se trataba de un acto terrorista.

No es mi objetivo relatar aquí los detalles, sino cómo nos sentimos en esos momentos, estando en Québec y con 6 horas de diferencia.

Uno empieza a pensar en la familia y los amigos, la mayoría de los cuales viven fuera de Barcelona o, por lo menos, fuera del centro turístico, al que no van demasiado a menudo, donde no trabajan, así que mi primer pensamiento fue de rechazo a creer que algo les había pasado. Sin embargo, instantes después uno se pregunta si quizás ese día habían decidido ir al centro o simplemente pasaban por allí para dirigirse a otro lugar. Las casualidades existen.

Entonces, viene la urgencia por contactar con ellos y saber que todo está bien de ese lado. Yo no pude saber que mis padres, hermano y sobrinos estaban bien hasta la tarde, medianoche en España. Mientras tanto, angustia en el cuerpo.

Poco a poco y durante el día siguiente, a través de las redes sociales, el correo electrónico y la mensajería instantánea, la lista mental de amigos y familiares verificados aumenta al mismo tiempo que la tranquilidad y la paz interior.

Las tecnologías, tan criticadas en muchas ocasiones, han jugado un papel importante en cuanto a la rapidez de contacto. No quiero imaginar qué sería de la gente viviendo fuera de su entorno cuando la carta era el único medio de comunicación posible.

Durante el viernes también hubo un atentado similar en Cambrils, lo cual significa que el peligro está en cualquier parte, no sólo en la gran ciudad. Sin embargo, la mayoría de la gente no tiene miedo. Otros sentimientos afloran: rabia, impotencia, tristeza, ... pero no el miedo.